Tuesday, January 20, 2009

Antídoto

Éste cuento fue escrito originalmente en portugués por un escritor llamado José Luís Peixoto y que se encuentra en inglés dentro el album Antidote de la banda portuguesa de metal Moonspell.


Antídoto
Traduccion: Ana Zúñiga.

Eran hombres antiguos. Estaban a la vuelta de una mesa de madera gruesa. En el cuarto, detrás de las paredes, se oía el primer grito de aquel niño que acababa de nacer. El padre irguió el cáliz sobre la mesa. El brazo levantado y el cáliz en la punta de los dedos. Los brazos, los cálices y las miradas de los otros hombres se levantaron también. El padre brindó la vida del hijo que acababa de nacer. Posó el cáliz sobre la mesa: el cristal la madera. Todos entendieron cuando dio la espalda. Caminó pasos breves por la casa y abrió la puerta del cuarto. La madre estaba acostada en la cama recargada en muchas almohadas blancas, agarró al niño en los brazos y levanto la mirada mezclada de respeto y ternura en dirección a la puerta. El padre avanzó solemne por el cuarto y se sentó en la cama. La madre: el rostro transpirado, el pelo pegado a la frente por el sudor, los ojos grandes. La madre lo miró cuando le extendió el niño a los brazos. El padre sintió el cuerpo del niño en aquel momento, sintió que la muerte nada podría contra él. Pasó un mes y pasaron diez días. En otra casa de la villa, eran otros hombres antiguos. El padre, otro padre, posó una jarra que tenía guardada para abrir aquel día. Y se oyó un grito de niña a desgarrar los lazos que la hacían nacer. Con los ojos sonrientes, el padre agarró el cuello de la botella. Y se escuchó un grito de la madre que era como si estuviese aprisionado en el interior de la tierra y se estuviera liberando en aquel momento largo. Un grito hecho de sangre. El padre dejó la jarra cerrada en la mesa, dejó las miradas de los hombres en la sala y salió corriendo. Entro en el cuarto atravesando la corriente de mujeres que salían y encontró a la madre recostada en la cama. Tenía a la niña en los brazos. Su cuerpo estaba doblado sobre el cuerpo de la niña y lloraba. El padre corrió hacía ella. Se sentó en la cama. La madre levantó el rostro, los ojos eran el fondo de las lágrimas, dos pozos en la noche, y le extendió a la niña que acababa de nacer. El padre recibió a la hija en sus grandes brazos. En los ojos del padre el iris era como la luna llena tocando un lago, era como una noche castaña hecha de tierra y de barro, la pupila era como un túnel negro que tenia el grosor de una aguja y que entraba dentro de él, dentro de él. La piel de la espalda y de las piernas de la hija, tocaban la piel del interior de los brazos del padre. Tenía los ojos castaños poco abiertos, tenia cabellos muy oscuros, tenia una nariz y unos labios pequeños de niña acabada de nacer. El padre se la alejo un poco de sí mismo para ver que el pecho de la niña era tan transparente que casi no se distinguía. Era como si no tuviese piel y su pecho fuese hecho apenas de sangre, de músculos rojos de sangre atravesados por venas de sangre roja y azulada. El rostro de la niña existía indiferente a la sombra de la mirada del padre. Sobre la mesa, los cálices seguían inmóviles. La jarra cerrada e inmóvil.

El niño tenía tres años. Por primera vez percibió que el padre salía a cazar. Aunque no supiese lo que era cazar, el niño notó que el padre iba a salir y que llevaba la escopeta. En esos días el padre era una parte grande de su mundo. El niño no notó que el padre no iba a cazar, pero notó la importancia, el entusiasmo. Su mundo eran pequeñas bromas y sentimientos profundos, por eso notó lo más fundamental. Era de madrugada. Era el momento anterior al momento en que todas las cosas comienzan a despertar. En la cocina, el niño caminaba alrededor de la sonrisa del padre. ¿Quieres venir conmigo? El niño quería, pero no podía porque era muy pequeño. El padre río de ternura. Con la escopeta en la espalda y con un pequeño lunch, dio la mano al hijo y dieron algunos pasos por la cocina. Cuando el padre abrió la puerta, los ojos del niño se llenaron de un rebaño que llenó las calles como un río. Las ovejas miraban hacia el frente y caminaban encimadas unas a las otras. Era necesaria la atención para, en aquel momento, distinguir las ovejas. Con tres años, el niño no tenía esa atención. El padre y el hijo quedaron juntos durante el tiempo en que las ovejas tardaron en pasar. Juntos detuvieron los rostros. Sabían y, así, sentían la presencia uno del otro. Existía una luz nítida posada sobre el inicio absoluto de la mañana cuando el pastor viejo pasó por ellos y les dijo buen día. El niño quedó en silencio mirando hacia la perra que perseguía los pasos del pastor viejo y que miraba en silencio al niño. Cuando el padre se despidió, las ovejas ya habían desaparecido. En ese instante, con tres años, la niña acababa de salir de casa. Iba toda tapada, vestida con una camisola hasta el cuello, al regazo del padre. La madre caminaba al lado. Era una mañana del fin de otoño. Las calles, como en otoño, parecían no querer acabar. Los pasos del padre y de la madre, eran serios y silenciosos. Ambos sabían que iban a llegar al lugar. Ambos sabían que el tiempo iba a pasar dentro del automóvil. Ambos sabían que iban a mirar hacia la fachada del hospital. La niña sentía el aire húmedo y frío en la piel del rostro, sentía la protección de los padres al andar silencioso. En cuanto caminaban en calles que no acababan, durante aquella madrugada que no pasaba, la niña sentía alguna cosa que era el camino para el hospital. Entre tanto, la niña no sabía que iban al hospital. Entre tanto, la niña noto que los padres habían escogido las mejores ropas y noto que los pasos eran serios y silenciosos. Y, por detrás del rostro de los padres, avanza la idea de llegar al hospital, la idea del médico mirando el pecho de la niña, cuando sobre la calle surgió una marea lenta de ovejas. La niña al regazo del padre, vio las ovejas acercarse lentamente y vio a los padres retroceder al borde de la cera. Las ovejas los rodearon. El olor de las ovejas. Pasaron muy cerca de los zapatos nuevos del padre y el vestido blanco de la madre. Al final del rebaño, como al inicio de la mañana, venía el pastor viejo. Cuando paso por los tres, dijo buen día. Esperaron, y continuaron la distancia de su camino.

La primera vez que el niño sintió miedo fue cuando la madre le explicó que padre no regresaría. Después de ese día, después de ese día supo que había cosas que partirían para nunca más regresar. En ese instante, en otra casa de la villa, la maestra abrió un libro de fotografías y la niña vio por primera vez un cuerpo desnudo, como si esa imagen la atravesara. Antes la niña se sentó en su silla, después de que la maestra entro a la oficina. El niño con una camisa de verano. La niña con una blusa abotonada hasta el cuello. Era una camisa y una blusa que tenían el tamaño de las ropas de los niños de nueve años. Las palabras de la madre y las fotografías del libro eran puertas abiertas para un cuarto oscuro. Eran puertas que en el centro de aquella tarde, se abrían para la noche. El miedo era el veneno. En ese día la niña sintió miedo por primera vez. El movimiento de una estrella en el cielo puede ser exactamente igual al movimiento de una hierba anónima, indistinta de todas las otras, en medio del campo. Los movimientos de los rostros del niño y de la niña fueron exactamente iguales, porque aquello que existía dentro de ellos era exactamente igual. Llegaría un día en que las calles quedaría decirlas al aproximarse. El lugar de las ideas que tenían quedaría vacío. Llegaría un día en que podrían olvidarse de ese veneno. Ese día llegaría pero estaba lejos de aquella tarde antigua. El niño y la niña miraron para los dedos en el cuello, bajaron la cabeza. Entre las palabras que la madre y la maestra les decían, distinguían la palabra coraje. Y la sed podría aproximarse de sus labios. El miedo, el veneno. El coraje. Y continuaron el camino de tiempo que los llevara para el momento que habría de unirlos aún más por completo.

1 comment:

Anonymous said...

And all the thirsty can now approach <3

Qué bueno que ya habilitaste tu blog :D Me gustó mucho tu traducción.