Sunday, August 25, 2013

La Abadesa

La abadesa vestía un atuendo azul marino con acabados y encajes en color negro. Era un vestido realmente estrecho, ajustado a su pecho y cintura, daba la apariencia de que el busto se desbordaría del corsé. Emeric, de escasos 42 años de edad, se acercó y la rodeó con el brazo izquierdo al tiempo que pegaba su cintura a la de ella, para después hacer los mismo con los labios. En algún momento su piel se encrispó a consecuencia de un frío helado que por la ventana entró.
Se decía que la abadesa no solía aparecer en público, no conversaba con hombres y lo poco que deseaba lo hacía saber a través de las monjas. No era un madre abadesa cualquiera, no había monja o novicia que le temiera sin que ella pronunciara una sola palabra, su presencia misma aterraba y sólo con el Abad Laurentium Loftsgaarden del monasterio de Nuestra Señora de la Misericordia mantenía contacto, ya que por orden de la iglesia y por su cercanía, podían atender tanto a enfermos, como a locos mentales.
Un año antes Emeric había entrado por la puerta de la Abadía de Santa Teresa totalmente convaleciente, nadie imaginaría que iría a sobrevivir con tales yagas que estaban dibujadas por todo su cuerpo. Las hermanas habían hecho lo posible para evitar que la peste se esparciera por todo el abdomen y piernas. Alguien de ellas avisó a la abadesa que los enfermos sin cura estaban a punto de ser visitados por el padre Gustav para la extremaunsión. Y como era lo acostumbrado, la visita de ella era prioritaría. Emeric era uno de ellos, pero la abadesa no reparó en él sino hasta que vió a los ocho primeros de los cuales dos de ellos ya habían fallecido. Ella tenía la labor de buscar y elegir a otro hermano. Primero los miraba, veía más allá de su sus rostros y cuerpos putrefactos, los miraba a los ojos, sus facciones, su respiración, la edad; pero también los escuchaba hablar.

- ¿Es de su agrado la muerte? - Preguntaba susurrándoles al oído a cada uno, los que no le respondían es porque ya habían perecido, los que pedían ayuda es porque no estaban listos para morir y los que daban señales de estar tranquilos para el final, les daba la inmortalidad. Emeric estaba tranquilo, parecía muerto pero su respiración lo delataba. - ¿Es de su agrado la muerte? - Preguntó la abadesa. Él abrió los ojos, miró a la mujer vestida con un hábito de color negro. Apenas había alcanzado a escucharla, pero las palabras habían sido claras.

En aquellos momentos había estado pensando en días dentro del castillo, siempre alejado de lo que amaba, primero sus padres y luego de su prima Claudynell. Tenía el ferviente deseo de volver a verlos, pero estaba seguro de que la única manerade de lograrlo era morir, no importaba la forma. Morir era el remedio.
Cuando Emeric tenía 7 años, su tío, Bernardí, hermano de su madre; le dijo: "El destino siempre nos une al final de los tiempos; ya que los fallecidos nunca se van, sólo dejan de ser visibles ante nuestra mirada ordinaria". Sabía que si fallecía, sus ojos volverían a ver a sus padres y a su amada.

- ¡Sí, her...! - Emeric iba a responder «hermana» aunque no estaba seguro de hacerlo, de cualquier forma no pudo, el habla se le estaba yendo. Y por otro lado no sabía si era la abadesa o sólo una monja.

Charlotte era el nombre de la mujer a la que todas las novicias temían, tenía más de 120 años de edad, pero su rostro sólo aparentaba 40 ó 35 ó 36 si se le retiraba el hábito. Ella no era de mal carácter, años atrás se había desposado con Seth, el mismo que la salvó de la muerte. De acuerdo a la época y las necesidades de la abadía, Charlotte fue nombrada abadesa por el padre Gustav. La razón de como llegó a serlo, sólo se limita a que suplantó a la verdadera. Para la hermandad y Seth significaba un control superior, una mejor apariencía del lugar. Pero Seth siempre estaba ocupado en sus asuntos y por esposa no podía tomarla y como ella nunca había sido realmente una religiosa, después de convertir a Emeric, en él encontró lo que le faltaba. Por las tardes, cuando el toque de queda se hacía valer y cuando todos se encontraban durmiendo, Charlotte acostumbraba a vestirse de fiesta y recorría los pasillos del ala oeste de la abadía, donde nadie podía verla y donde siempre se quedaba a la espera de su marido. Así pasaban los días de la abadesa, buscaba entre los moribundos alguien a quien ayudar y que a la vez la ayudaran. 5, 10, 15 años; tal vez 20 largos años sola.
Aquel frío helado que entró por la ventana, le recorrió cada centímetro de la piel. Pero no prestó atención, esta estaba otorgada a la presencia de la abadesa quien días antes le había revelado la verdad. Emeric no estaba apasionado, sino agradecido, no sabía exactamente en lo que se había convertido, pero sabía que podía sobrellevarlo y conseguir su objetivo. Por lo que aceptar los brazos de la mujer frente a él, fue sólo un paso.

- Si el señor así lo desea - dijo Charlotte -, puede quedarse en este lugar tanto como lo deseé. Estará a salvo. Ambos yacían tendidos sobre la cama, el frío que persistía en el ambiente no incomodaba sus cuerpos aterciopelados.

"La abadesa había venido a iluminar un corazón que sufría y ya le pertenecía hasta el fin del mar".

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